lunes, 9 de mayo de 2011

CIRCUNSTANCIAS EN QUE SE ESCRIBIÓ EL CRIMEN DE INÉS MARÍA


PATRICIO CHAMIZO


EL CRIMEN

DE

INÉS MARÍA

         Drama histórico basado en un hecho real


CIRCUNSTANCIAS EN QUE SE IDEÓ,
SE INVESTIGÓ, SE ESCRIBIÓ.

EL TEMA

Mi pueblo, Santa Amalia, pertenece al partido judicial de Don Benito, y en esta ciudad tengo familia, por cuya causa, desde niño, la he visitado con frecuencia, y desde que tengo uso de razón he oído hablar del crimen de Inés María, como casi todo el mundo en la comarca. Aquel crimen cometido a principios del siglo XX, sigue siendo recordado por varias circunstancias: Primero, porque el principal inculpado era hijo del cacique, y segundo, porque el pueblo intervino de forma decisiva en la búsqueda de los culpables, para que no quedara impune, impidiendo, a su vez, que los sacaran de Don Benito.
Pero la historia de aquel crimen pasó al romance de ciegos, que por entonces proliferaba por toda España, y cuyos temas eran siempre los relatos de crímenes: “El sacamantecas”, “El crimen de la mujer del saco”, “El niño del Escorial”, “El crimen de los arroperos”, “El crimen de la calle de Fuencarral”, etc. Mientras más horroroso fuera el crimen, más interés despertaba los romances. No es de extrañar, pues, que la imaginación del autor de aquellas coplillas y aleluyas de versos pareados tuviera una importancia primordial al acentuar los matices que más impresionaban a la concurrencia.
Desaparecido el romance, aquella historia pasó a la leyenda y quien desee informes, los más viejos de Don Benito y pueblos de alrededor podrán darle pelos y señales del crimen, pero oirá tantas versiones como personas consultadas. Versiones recogidas de forma oral, de los romances de ciego y de obras teatrales que se representaban por los cómicos ambulantes en aquellos pueblos. Resultado de todo ello fue una nebulosa que solo confusión e incoherencia envolvió aquel luctuoso hecho histórico.
Tal vez fue por esto por lo que el crimen de Don Benito jamás me interesó como tema teatral. Sin embargo, un día me encontré con un hombre mayor, un anciano, que había leído algunos libros míos y me dijo que la historia del crimen de Inés María constituyó un hecho social de tan colosales proporciones que no había en la historia de Extremadura ni en la de España otro de tal envergadura. Me dijo que de aquel crimen se habían hecho romances, folletos y obras teatrales falseando, ocultando o desvirtuando la realidad de los hechos, ya que el protagonista _  el pueblo _, jamás aparecía en el tema. Y que yo debía investigarlo, pues nadie mejor que yo, un escritor social de estilo directo y sencillo, interesado por la causa popular, podía escribir aquella gesta histórica.
Aquello halagó mi vanidad, me picó la curiosidad y, sin intención aún de escribir nada, algo me impulsó a darme una vuelta por el cementerio de Don Benito buscando la tumba de Inés María; pero solo por curiosidad. Allí estaban los sepulcros de ella y su madre, también asesinada, y la fecha en que fallecieron: 19 de junio de 1902 grabado en lápidas, ya descoloridas y deterioradas por los años transcurridos.
 Busqué también la de los asesinos, pero de estos no había rastro. Más tarde me dijeron que, por temor a que las tumbas fueran profanadas, no se hizo registro de donde fueron enterrados; lo más probable es que fueran a la hoyanca, la fosa común que existe en los cementerios para los que no tienen tumba propia.
Fui al Ayuntamiento con el fin de mirar en los archivos, pero me dijeron que fueron quemados durante la Guerra Civil. Y nadie quería darme informes de lo que yo quería. Me dio la sensación de que en el Ayuntamiento había una conspiración de silencio, como si aquel asunto fuera una deshonra.
Aquello supuso para mí un reto. Mi tía abuela, que residía en Don Benito, me dijo que lo que yo buscaba solo podía dármelo el señor Montaña, un funcionario del Ayuntamiento amigo suyo. Pero me advirtió que le dijera que era sobrino de ella, pues de lo contrario no me haría caso.
Fui a buscar al señor Montaña y le dije que era sobrino de la señora Manuela, la de la fonda. Y, efectivamente, aquel señor supuso para mí una enciclopedia. El señor Montaña había sido discípulo de don Saturio Guzmán, el cual fue implicado en el crimen por habérsele visto cortejar a Inés María; fue detenido e interrogado. El señor Montaña me dio pelos y señales de todo lo acontecido.
Varias cosas avivaron mi interés y tomé nota de ellas. Primero, la confirmación de que el pueblo se puso al servicio de la Justicia para buscar a los criminales. Todos señalaban a Paredes, el hijo del cacique, como el autor del crimen; pero no bastaba con eso, era necesario aportar pruebas.  Mes y medio después aparecieron estas y un testigo del crimen, que no lo había declarado antes por miedo.
El pueblo no intentó en ningún momento linchar a los asesinos, pero hacía guardia en el Ayuntamiento para que no fueran sacados de allí. Dos veces lo intentó la autoridad: La primera, cuando, cerrado el sumario, el juez dispuso que fueran conducidos a la prisión provincial; la segunda, cuando se fijó la vista para agosto de 1903, y debían ser conducidos a la Audiencia Provincial.
Todo intento de sacarlos de Don Benito fue inútil. Y ocurrió un hecho insólito que no ha tenido precedente en la judicatura española, ni antes, ni después: La Audiencia Provincial tuvo que trasladarse a Don Benito y juzgarlos allí, como el pueblo exigió, en noviembre de 1903.
Con todos aquellos datos bastaba para escribir una novela, o una obra teatral. La obra se tenía que desarrollar entre 1902 y 1905. Había que describir a un pueblo, su situación social, su mentalidad, su cultura, y crear unos personajes. ¿Cómo eran aquellos hombres del pueblo a principios de siglo? ¿Cómo era la sociedad de su tiempo? Esas interrogantes debían ser despejadas. Y me dispuse a trabajar.
Los primeros pasos eran la búsqueda de informes y datos; no me bastaban los del señor Montaña, pues por muy enterado que estuviera, su conocimiento, transmitido por un testigo, era oral. Y yo no estaba dispuesto a hacer nada que no estuviera basado en documentos y en datos fidedignos.
¿Pero, dónde estaban esos documentos, dónde encontrar aquellos datos? Y yo, que soy holgazán por naturaleza y descansando resisto muchísimo, no hice caso al asunto.
Pero la imagen de aquel anciano que me lo sugirió me roía el pensamiento. Y también los pocos informes que había recabado de mi tía abuela _  que por los años que ocurrieron los hechos era una niña _, y del señor Montaña, me tenían intrigado, no dejaba de darle vueltas a la cabeza.
Pero lo arduo de la tarea me paralizaba. ¡Menudo trabajo era ponerse a estudiar la historia (una historia que no se enseña en las escuelas) del pueblo español, en general, y del extremeño, en particular, del siglo XIX y primeros años del XX y, más concretamente, del campesinado, prácticamente, la única clase obrera existente en Don Benito por aquellos entonces!
Hasta que un día, por fin, me desperecé y puse manos a la obra.


LA DOCUMENTACIÓN

Me fui a la Hemeroteca Municipal de Madrid para revisar los periódicos de aquellos años. Sobre el crimen, en sí, apenas daban mayor referencia que la de un capítulo de sucesos, sin más. Lo único que destacaba era que, en un principio, el pueblo acusaba del crimen a “una distinguidísima personalidad de Don Benito”. Y nada más. Ya no se volvió a hablar más del crimen de Don Benito, hasta el juicio. Pero esto lo dejo para más adelante. Ahora, lo importante era analizar la sociedad española, y más concretamente, la sociedad extremeña de aquellos años con el fin de ambientar la obra en el tiempo y lugar que sucedió. Dejé, pues, la Hemeroteca y fui a la Biblioteca Nacional, buscando bibliografía adecuada para el fin que me proponía.  Me puse a estudiar la Historia de España del siglo XIX y principios del XX. Descubrí que el siglo XIX fue el más desgraciado de toda la Historia de España. Empezó con la guerra con Prusia, en 1801; siguió la guerra contra el Reino Unido, en 1804; continuó con la guerra de la Independencia contra los franceses en 1908; empezaron las guerras de independencia de los países de Ibero América: Colombia, Paraguay, Uruguay, Venezuela, Argentina, Chile, Méjico, Perú... Hasta terminar con las de Cuba y Filipinas en 1898.  por si fuera poco hubo tres guerras civiles entre carlistas e isabelinos que se disputaban la legitimidad monárquica; hubo un levantamiento popular y se instauró la I República, que solo duró dos años y tuvo cuatro presidentes con cuatro ideas distintas del Estado; a la caída de la República le sucedió la Restauración borbónica con Alfonso XII, lo que supuso una feroz represión, lo mismo que la persecución implacable de Fernando VII contra los liberales. ¡Todo un siglo de guerras! ecesitaba información sobre la vida campesina de Extremadura, y la lucha obrera. Buscando en los ficheros de la Biblioteca Nacional vi dos libros que llamaron inmediatamente mi atención: “LAS AGITACIONES CAMPESINAS ANDALUZAS”, de Juan Díaz del Moral [1]  en la que describe fundamentalmente la provincia de Córdoba, que por su proximidad geográfica a la de Badajoz podía servirme de referencia, y “EL PROLETARIADO MILITANTE”, de Anselmo Lorenzo.[2]. La pobreza del pueblo era horrible.  No había derecho al descanso dominical en las fábricas, ni en las minas, ni en ningún otro ramo, y mucho menos en el campo, donde la jornada laboral, más que de sol a sol, era de luna a luna, pues se salía de madrugada y se volvía ya de noche. Hasta que en noviembre de 1903, inmediatamente después de las elecciones municipales, que dieron el triunfo a los republicanos, se hicieron algunas reformas laborales, de las que hablaremos más adelante. Existían partidos políticos, como el Monárquico, el Liberal, el Socialista y el Republicano. Este último era quien más adeptos tenía en la sociedad. No incluyo al Anarquista, pues éste nunca se consideró un partido político al estilo de los demás, ya que no aceptaba el Estado, ni el Parlamento, ni alcaldes, ni patronos. Sin embargo, su influencia era enorme, sobre todo en el campesinado. La clase obrera estaba organizada por la C.N.T. y la U.G.T., las cuales estaban afiliadas a sus respectivas Internacionales. La cultura popular estaba muy desarrollada, en cuanto a conciencia social, aunque el índice de analfabetismo, es decir, no saber leer ni escribir, fuera muy elevado. Pero según lo que la UNESCO define como cultura base de un pueblo, tal vez existan hoy más analfabetos que entonces, aunque el índice de “leídos y escribídos” sea mayor. Existían en todos los pueblos los Ateneos Populares, dirigidos por la C.N.T., y las Casas del Pueblo, por los socialistas, donde se daban charlas, conferencias, mesas redondas, tertulias, y se estaba al tanto de la problemática política y social. Los congresos obreros eran frecuentes en el ámbito comarcal. Esto lo describe muy bien Juan Gómez del Moral en su libro [3] En un viaje que Anselmo Lorenzo hizo a Marsella le dijeron sus camaradas franceses que empleaba un lenguaje muy elevado con palabras altisonantes, a lo que el ilustre anarquista les respondió: “Eso es debido a que en España habla igual el obrero que el literato: no hay diferencias de clase en el lenguaje. Si vieseis el club de Antón Martín, en  Madrid, por ejemplo, os admiraría ver cómo hombres y mujeres de diversas clases sociales discuten temas políticos e iniciativas revolucionarias como podrían hacerlo una reunión de académicos.” 2      ¿Este aserto de Anselmo Lorenzo era acaso un farol? Porque sabemos que el índice de analfabetismo era de un 80 por ciento. Esa afirmación me creaba un problema, porque los personajes que tenía que crear debían ser fieles a la realidad de su tiempo. A la gente de pueblo, cuando yo me puse a escribir esta obra, se les llamaba paletos, tarugos, etc. Los teatros estaban abarrotados con espectáculos de Lina Morgan, Juanito Navarro, Camoiras, Pajares, etc., en los que los personajes de pueblo eran botarates, mostrencos, palurdos, que no sabían articular correctamente las palabras de su idioma. En la calle, el lenguaje popular se ha ido empobreciendo y degradando a marchas forzadas, incluso entre la juventud universitaria. Y en el teatro, en el cine y en la televisión, es raro no oír una sarta de vocablos malsonantes, contribuyendo con ello a esa degradación del lenguaje. Y no digamos nada de los políticos, donde es cada vez más habitual oírles la sarta de improperios y lindezas que lanzan a sus rivales. El lenguaje del Parlamento, en general, es pobre, si se compara con el de finales del siglo XIX. Siendo esto así, ¿cómo imaginar que el pueblo llano y sencillo de entonces tuviera una cultura superior a la nuestra? ¿Cómo imaginar que los políticos entonces hablaran como poetas y que en el Parlamento se limpiara, fijara y diera esplendor a nuestro rico idioma con más pureza que algunos de los académicos de ahora?  El lenguaje es muy importante en la vida de las personas, de tal forma que su modo de ser y estar depende mucho de él. Ya George Bernard Shaw, nos mostró en su obra Pigmalión cómo era posible transformar a una florista de barrios bajos en una gran dama, solo con enseñarla a pronunciar correctamente el idioma. Pues esa forma correcta de hablar el idioma español la tenía en el siglo XIX el pueblo llano y sencillo en España. ¿Había exquisitez en el lenguaje? ¿Era distinta la forma de ser de los hombres de entonces a la de ahora mismo? Para contestar eso nada mejor que un testigo excepcional: Larra. En un viaje que hizo a Extremadura, camino de Portugal, en 1836, escribió en su artículo “Impresiones de un viaje”:“Otros países producen poetas. En España el pueblo es poeta”.[4]   
 La respuesta a todas aquellas interrogantes la encontré en “HISTORIA DE LAS AGITACIONES CAMPESINAS ANDALUZAS”. Era cierto el alto índice de analfabetismo. Era cierto que la inmensa mayoría de los campesinos no sabían leer ni escribir. Sin embargo, Díaz del Moral lo describe muy bien: “Pero el obstáculo no era insuperable. El entusiasta analfabeto compraba su periódico y lo daba a leer a un compañero, a quien hacía marcar el artículo más de su gusto; después rogaba a otro camarada que le leyese el artículo marcado, y al cabo de algunas lecturas terminaba por aprenderlo de memoria y recitarlo a los que no lo conocían. ¡Aquello era un frenesí! Aunque los favoritos eran “Tierra y libertad”, “El corsario”, “El rebelde”, “La anarquía y el productor”, se buscaban y recibían números de toda la prensa ácrata española y algunos de la americana. Se leían libros y folletos de los maestros del anarquismo: Bakunin, Kropotkine, Reclus, Malato, Malatesta, Faure, Grave, Mirbeau.  Y los españoles Anselmo Lorenzo, Federico Urales, Soledad Gustavo, Ricardo Maya, Leopoldo Bonafulla, José Prat, y J. López Montenegro eran nombres familiares para muchos campesinos. El libro de más éxito en toda España era “La conquista del pan” de Kropotkine. Le seguía “El dolor universal”, de Faure, y “El botón de fuego, de J. López Montenegro”   Todo esto referido a la provincia de Córdoba, lindante con la de Badajoz. No es de extrañar que en Don Benito fuera parecido. Teniendo en cuenta que el grado de analfabetismo era muy alto, el método de lectura era oral, es decir, oyéndolo de uno que sabía leer, aprendiéndose de memoria los artículos y recitándolos tal cual estaban escritos. El lenguaje utilizado así, era el mismo de los periodistas y escritores, por lo que el vocabulario de los intelectuales era utilizado por los campesinos y obreros. Tal vez se debiera a eso el aserto de Anselmo Lorenzo ante los franceses al decir que en España no había diferencia de clases en el lenguaje, y que hablaba igual el obrero que el literato. Porque nos hemos referido a Andalucía, pero en Madrid era mucho más. Entre la prensa de matiz socialista se pueden destacar “La atracción”, “La organización del trabajo”, “La reforma económica”, “El eco de la juventud”, “La asociación”, “El amigo del pueblo”, “El trabajador”, “El taller”, “La fraternidad”, “El eco de la revolución”, “La soberanía nacional”, “El eco de la clase obrera”, “La discusión(cuando la dirigía Pi y Margall, cuya discusión con Castelar en La Democracia”, difundió mucho las ideas socialistas). La conciencia social, política y cultural de los trabajadores era muy elevada, pues aparte de lo referido a la lectura, existía infinidad de clubes, como el citado de Antón Martín. Y aparte de eso, los Ateneos Libertarios. Las Casas del Pueblo, también, pero estas fueron posteriores a los Ateneos, pues el P.S.O.E. se fundó en 1878 y la U.G.T. en 1888. Estos centros obreros eran considerados por la clase política dominante y por la burguesía como “antros tenebrosos de conjuras donde se tramaban complejos y misteriosos procedimientos para degollar a los ricos y derrumbar el orden social”. 1 Antonio J. Cervera, socialista, fundó una escuela para adultos en Madrid y pidió autorización y ayuda a Bravo Murillo, a la sazón, ministro de Hacienda, y éste le contestó: “¿Que yo autorice una escuela a la que asisten 60 hombres del pueblo? ¡No en mis días! Aquí no necesitamos hombres que piensen, sino bueyes que trabajen” 1 Eso puede dar una idea de la carencia de escuelas para los pobres. La pujanza de la clase obrera era tan enorme, que tenía altamente preocupado a los gobernantes. En junio de 1870 se celebró en Barcelona el primer Congreso Obrero, constitutivo de la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores. (AIT) La respuesta a ese Congreso la dio Cánovas del Castillo en 1871: “Luchad si os empeñáis, aunque no tengáis razón, luchad; nosotros nos defenderemos, los propietarios de todo el mundo se defenderán, y harán bien”. Para hacer desistir a los obreros de sus “perversas inclinaciones” de justicia social, aconsejaba que “La afición a la música, hoy tan generalizada, es un recurso muy poderoso para el entretenimiento y solaz de la clase obrera y también para dulcificar sus instintos” [...]”Si se exige una confirmación de estos resultados, véanse los obtenidos aún en los manicomios, donde se utiliza hoy en día la música para modificar los arrebatos de los dementes.” [5]Tal vez fue esta la razón para que se promocionara la Zarzuela costumbrista y popular, pero, eso sí, vacía de contenido social, acrítica, desentendida de la problemática del pueblo y falseando la realidad. La zarzuela, aunque sus orígenes se remontan a Calderón, el verdadero impulso creador, tal como hoy se conoce, fue Barbieri. En 1850 compuso la música de “Gloria y peluca”. Más tarde, la de “Pan y toros”: Esta es un duro alegato contra la burguesía y clase política de su tiempo. El título parodia el “Pan y circo” que los romanos utilizaban para mantener alienado al pueblo.   Cánovas jamás hubiese subvencionado obras de ese tipo, pero dio mucho dinero para financiar zarzuelas anodinas y mediocres. Muchas fueron las que se estrenaron, pero pocas de ellas pasaron a la posteridad, más por la belleza de su música, que por sus libretos. Baste recordar los argumentos de piezas tan memorables como ”La Verbena de la Paloma”, “La Revoltosa”, “Agua Azucarillos y Aguardiente”, etc., para comprobar que ese pueblo no es el que vivía la realidad de la calle; solo era una caricatura, un pueblo festivo, verbenero, alegre, regocijado. Las de temas sociales, políticos, o críticas, como “Pan y toros”, durmieron el sueño eterno, pues esos temas no eran tolerados por el poder establecido. Tal vez no existiera censura, como la hubo durante las dictaduras, pero la mayor censura era no apoyar ni subvencionar su costoso estreno.  Pero gracias a la estratagema política de utilizar la zarzuela para mantener al pueblo alienado y alejado de su realidad, el patrimonio musical español se enriqueció con piezas brillantes de un género musical tan nuestro como universal. ¡No hay mal que por bien no venga! Sin embargo, en ellas podemos observar el lenguaje del pueblo, como lo podemos ver también en las obras de Arniches. ¡Qué lenguaje más rico en todas las obras del maestro alicantino! ¡Que giros y expresiones tan bonitas en boca de sus personajes populares! Se ha dicho que Arniches fue quien inventó el lenguaje castizo madrileño. Eso es un error y un desconocimiento de la historia, pues el ilustre autor de los sainetes lo tomó de labios del pueblo, aunque con su gracia lo enriqueciera. La lucha sindical y política contra el despotismo y el caciquismo era cada vez más cruenta. Y la represión, brutal, especialmente tras la Restauración borbónica, después de la caída de la I República en 1875, por el pronunciamiento, la rebelión militar de Martínez Campos. Hasta que en 1903 hubo elecciones municipales y el Partido Republicano consiguió mayoría absoluta en toda España. Ocurrió exactamente como en 1931. Pero para restablecer la República era necesaria la abdicación del Rey (que entonces contaba solo diecisiete años), o su derrocamiento mediante un golpe de Estado. Se intentó esto último. El general Luque, que coqueteaba con los republicanos, fue invitado por éstos a dar el golpe. Un rico y prestigioso industrial zaragozano, Basilio Paraíso, al que el Ayuntamiento de Zaragoza le tiene dedicada una gran plaza en la ciudad maña, le ofreció una fuerte suma de dinero (250.000 pesetas) depositadas en un banco extranjero, por si fracasaba el golpe y se tuviera que exiliar. Pero al veleidoso general le sedujo el Gobierno, fue nombrado ministro de la Guerra, y se olvidó para siempre de la esperanza republicana. Toda esta realidad social, era necesario reflejarla en la obra, aunque solo fuera de fondo ambiental. Quedaba profundizar algo más en el pueblo, en su lucha e inquietudes, en la personalidad e idiosincrasia de aquellos hombres de Don Benito. Y era necesario, para valorar su proeza, ver cómo se las gastaban las Fuerzas de Orden Público ante el menor intento de subvertir el orden. Basten algunos antecedentes como muestra: En 1882 hubo una terrible sequía y, como consecuencia de ella, un año de hambre y desesperación para los jornaleros. En Jerez de la Frontera el pueblo se amotinó y saqueó las tiendas en busca de alimentos. De aquel movimiento de masas resultó un tendero muerto. Las fuerzas militares de caballería entraron sable en ristre, por lo que hubo muchos heridos y detenidos. Se hizo un proceso sumarísimo contra los presuntos responsables, y siete hombres fueron condenados a la pena de muerte, y ejecutados, 18 condenados a cadena perpetua, y setenta y cinco a diversas penas de cárcel. En 1888 hubo una matanza de obreros en Río Tinto, por motivo de una huelga. Poco después se llevó a cabo el tristemente célebre proceso de Monjuit, bajo el gobierno de Cánovas, el cual levantó indignación y protestas en toda Europa. Con motivo de tal proceso Pablo Iglesias escribió entonces: “Opino que, ya que el proceso de Monjuit no es caso aislado sino, aunque más horrible que otros, uno de los muchos que constituyen el bárbaro sistema empleado en nuestro país para arrancar declaraciones o castigar a culpables o supuestos culpables, que la campaña emprendida debe tener por objeto, a la vez que la revisión del susodicho proceso, la desaparición del mencionado sistema, en vigor hoy en toda España” [6]
 En la huelga de mineros de Bilbao, en 1902, cuatro personas, entre ellas una niña de ocho años, fueron muertas a tiros. Con todo esto, solo se quiere indicar que las fuerzas del orden público no se andaban con miramiento ni recato a la hora de reprimir cualquier intento de desorden o motín. Por supuesto, esta circunstancia no era ignorada por el pueblo de Don Benito. En 1878 había subido al solio pontificio el Papa León XIII. Fue el primer Papa que se ocupó de la Doctrina Social de la Iglesia. En su Encíclica Rerum Novarum, sentó los principios fundamentales y humanos de la justicia social. Veamos una frase como muestra: “Unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre los hombros de la multitud innumerable de proletarios un yugo que difiere muy poco de los esclavos” Esta encíclica la promulgó en 1891, es decir, a los veinte años de su pontificado. Era el discurso de un anciano, no el de un joven irreflexivo. Su importancia fue tan grande, que Pío XI escribió la “Cuadragésimo anno” en 1931, ratificando la encíclica; Juan XXIII, Mater et Magistra, 1961; Pablo VI “Octogésima Advenis”, 1971 y Juan Pablo II promulgó la la “Nonagésimo anno”, para conmemorar el 90 aniversario, de la “Rerum Novarum”. Pero su influencia propició la “Pacen in Terris” y la “Mater et Magistra” de Juan XXIII y la “Populorum Progresio”, de Pablo VI, entre otras.  León XIII fue un pontífice que se distinguió por la energía y la habilidad de su administración y su alta sabiduría. Si del Cid se decía “¡Oh, qué buen vasallo, si oviera  un buen señor”, de León XIII podría decirse “¡Oh, qué buen señor, si hubiera buenos vasallos!”.  Ya en los primeros años de su pontificado había movilizado a los obispos para atraer a la Iglesia a los trabajadores, creando los Círculos Católicos Obreros. Allí se les ofrecía asistencia médica, socorros pecuniarios en las enfermedades, colocación a los parados, incluso costearles entierros y funerales. A cambio de ello se les predicaba contra el ateísmo de la doctrina socialista. En un principio, sobre todo en los años de paro y de hambre, tuvieron relativo éxito; pero pronto decayeron. Aquellos curas aburguesados _que no burgueses, porque gran número de ellos procedía del proletariado_ no supieron mostrar la luminosidad del mensaje evangélico que, desde el Magníficat a las Bienaventuranzas, es un mensaje para los pobres, los marginados, los humildes; pero los curas, en vez de practicar la justicia, y denunciar los abusos del capitalismo, como el Papa lo hizo, los humillaron con la limosna. Y los pobres, que tenían más hambre de justicia que de pan, huyeron de la Iglesia.  Ya se ha visto lo que Cánovas y la burguesía opinaban de las organizaciones obreras. ¿Pero cual era el ideal que la AIT promulgaba? Veamos como ejemplo algún postulado ácrata de los campesinos. “En el planeta existen acumuladas riquezas infinitas que, sin su monopolio, asegurarían la felicidad de todos los humanos. Todos tenemos derecho al bienestar, y cuando rija la anarquía cada cual tomará del acervo común cuanto necesite; los hombres, sin distinción, serán dichosos; el amor será la única ley de las relaciones sociales. ¿Cómo conseguir todo esto? Acabando con la autoridad y la propiedad, bases de la desigualdad y únicas fuentes del mal y de la injusticia; organizando la producción mediante el libre acuerdo de los individuos y de los grupos, que se juntarán en afinidades naturales” 2   
Anselmo Lorenzo era anarquista, ya lo sabemos. En 1871, asistió a la Conferencia de la Primera Internacional que se celebró en Londres y allí conoció a Carlos Marx, al que el tímido y humilde líder libertario admiraba por sus escritos. Pero volvió decepcionado porque “en la CONFER
encia no ve a obreros redimiendo a la Humanidad, sino a burgueses conspirando por el liderazgo del movimiento obrero”. [7] El año de 1900 empezó la gran agitación obrera, que el Partido Socialista aprovechó para crecer; pero los campesinos simpatizaban más con el ideal libertario, tal vez por el hambre de tierra que el campesino ha tenido siempre. Y el anarquismo ofrecía solución a sus ambiciones, como se puso de manifiesto 30 años después, durante la II República, con las Colectividades Agrarias en Extremadura y en casi toda España, especialmente en Aragón. Por la época a que nos referimos, el anarquismo logró su máxima altura en 1903, precisamente el año en que se celebró el juicio de Don Benito. 1903 fue un año de cosecha abundante y había pan y trabajo para todos. Y, sin embargo, fue un año de grandes conquistas sociales. Esto es una aparente paradoja.  Mucha gente cree que en los años de hambre es cuando más peligro existe de revueltas populares. Pero no es cierto. La miseria aplasta y destruye toda energía, mientras que el bienestar impulsa a una lucha por conquistar nuevas metas.  La miseria hunde al hombre, destruye su dignidad, se resigna, fatalmente hundido en su abyección. Pero con cierto bienestar aumenta su auto estima, cambia su auto imagen, la que tiene de sí mismo, se yergue, y se rebela contra todo aquello que tienda a humillarlo. Precisamente es en aquellas zonas donde los trabajadores están mejor pagados, donde son más numerosas las huelgas. En las décadas del los 50 y 60 de este siglo en Extremadura se pasaba hambre y la abandonaron más de setecientos mil extremeños en busca de trabajo. Por aquellos años no había huelgas ni revueltas en Extremadura. Sin embargo, tanto en el País Vasco, como en Cataluña, Valencia y Madrid, muchos extremeños fueron líderes obreros en sus empresas y sindicatos. Como botón de muestra, valga un solo caso: A mediados de los años sesenta hubo un movimiento revolucionario en toda Europa, que culminó con el conocido “mayo del 68” En España también hubo revueltas obreras y estudiantiles.
La dictadura de Franco estaba muy nerviosa y perseguía, no solo a las revueltas callejeras y las huelgas, sino a las publicaciones de libros y periódicos. El diario “El Alcázar” fue expropiado a sus dueños, y el “Diario Madrid” fue clausurado y demolidas sus instalaciones, solo por el artículo de Calvo Serer, “General De Gaulle: retirarse a tiempo”, pues al Régimen le pareció ver en el artículo una alusión solapada contra Franco. Tres figuras claves en la intelectualidad española_ García Calvo, Tierno Galván y Aranguren _ fueron expulsados de sus cátedras universitarias, prohibiendo su docencia en todo el territorio español.
Pues bien; en aquel clima tan tenso en el que las huelgas estaban consideradas como un delito de sedición, y para reprimirlas se creó el Tribunal de Orden Público, surgió la “Huelga de Bandas” en Vizcaya. Una huelga que duró nada menos que seis meses. Pues el secretario del Jurado de empresa era Eustaquio Paredes, un emigrante extremeño que llegó a Bilbao sin saber leer ni escribir, pero al cambiar sus circunstancias personales y sociales su autoestima le hizo superarse y ser un líder obrero.  Para hacer buenas estas aserciones, los años de 1904 y 1905 hubo otra sequía tan grande como la del 82 y el movimiento obrero campesino se fue abajo durante varios años. La efervescencia de los años anteriores quedó convertida en desaliento, amargura y humillación. Nada mejor que la copla como manifestación de los sentimientos de un pueblo:
En el viaje de la vida  
van los ricos a caballo,
los caballeros a pata,
los pobres arrastrando.

Yo logré una suerte güena
y me duró poco tiempo;
aquel que nace pa pobre  
de na le sirve el talento.

Hombre pobre güele a muerto,
a la joyanca con él;
qu’el que no tié dinero
 requiencan in pace, amén.

Cuando la desesperanza invade al hombre, es inútil todo esfuerzo, pues la falta de fe inclina a la renuncia, a la asfixia de la voluntad, al fatalismo. Y es entonces, precisamente, cuando se distingue al genuino líder. Así hablaba en aquellos años Pablo Iglesias a los desfallecidos trabajadores:                                                                  
“Observemos bien, y lejos de echarnos en brazos de un pesimismo que nos quite los bríos y voluntad para trabajar, nos sentiremos animados por las esperanzas que la realidad nos ofrece y lucharemos con ardor porque se traduzcan en hechos cuanto antes”  [8]

 En 1900, los jornales, cuando los había, oscilaban entre 1’25 y 1’50 pesetas, y entre 2 y 3’50 en tiempo de siega. Para hacernos una idea del poder adquisitivo de aquellos jornales veamos una lista de precios de artículos de primera necesidad:

Pan                    0.50 Kg.      
Patatas               0.50 
Sardinas            0.85 
Tocino               1.75 
Arroz                 0.70 
Garbanzos         1.05 
Habichuelas      0.70 
Carne de vaca   2.00 
Leche                0.50 litro
Aceite               1.20 
Huevos             1.11 docena
Esta lista es del año 1900. El lector puede sacar sus deducciones para ver la miseria del jornalero.   [9]

LOS PERSONAJES

Una vez analizado todo lo que antecede ya tuve claro que esos palurdos, catetos y mostrencos que las revistas nos mostraban no coincidían en nada con la mentalidad de la clase obrera del siglo pasado. Había que entrar a crear los personajes del drama. Porque los principales, es decir, los que dieron resonancia a los acontecimientos, el pueblo, no aparece en ninguna crónica de los periódicos, al menos, resaltando el hecho insólito de que la Audiencia Provincial se tuviera que constituir en Don Benito y no en la capital de la provincia. Un hecho, como ya se ha citado anteriormente, sin precedentes en la judicatura española. Esos personajes que permanecían en la sombra eran los que había que crear, darles vida, otorgarle el protagonismo, la notoriedad que los medios de comunicación de la época no le dieron. Pero para el lector de hoy esos personajes podían ser falsos, creados por mí y considerarlo demagógico, irreales. Para evitar eso, he dado suficiente documentación.
Para crear tales personajes era necesario tener en cuenta el entorno político y social donde vivían, sin olvidar el aspecto cultural popular que daba una especial idiosincrasia a los hombres de entonces.
Ya he aportado anteriormente los testimonios de Juan Díaz del Moral y de Anselmo Lorenzo acerca de la mentalidad obrera de entonces y el anhelo del pueblo por instaurar la República. Y también el de Pablo Iglesias, con motivo del proceso de Monjuit, para ver cómo se las gastaban los gobernantes y las fuerzas de orden público, cuando de reprimir cualquier movimiento popular reivindicativo se trataba.
 El Gobierno destacó en Don Benito una comandancia completa de la Guardia Civil al mando de un teniente coronel, más la dotación normal que ya había en el pueblo. Esto, evidentemente, no era para hacer un desfile, ni una exhibición, ni ejercicios marciales. Era un despliegue de fuerzas para aplastar cualquier intento de amotinamiento o alteración del orden público. Pero las fuerzas de la Benemérita no tuvieron ocasión de intervenir,  a pesar de la oposición y resistencia del pueblo a las órdenes del Poder Judicial, de trasladar a los presos a la prisión provincial de Badajoz. 
¿No suponía aquello un flagrante desacato? ¿No fue acaso una abdicación de sus fueros de la Audiencia Provincial por exigencias del pueblo? ¿No era todo ello una alteración del orden? ¿Por qué entonces la Guardia Civil no intervino de forma contundente e inexorable, como era habitual?
La única respuesta lógica es que el poder popular estaba perfectamente organizado, disciplinado, cauto, pero serio, contundente. Es evidente que el Gobierno tuvo miedo; un miedo prudente, pues era una actitud gallarda de todo un pueblo de veinte mil habitantes y la solidaridad de los pueblos comarcanos con la que ningún Gobierno  se había tropezado ni visto antes.
Los personajes dirigentes del pueblo, pues, debían ser líderes obreros, sin entrar a distinguir los partidos o sindicatos a que pertenecieran. Su cultura popular debía ser de esmerada exquisitez, como le dijeron los obreros franceses a Anselmo Lorenzo; también su formación social y política, y su capacidad táctica y estratégica de organizar a las masas, más tendentes al amotinamiento que a la lucha organizada.
La lucha del pueblo debió ser minuciosamente planificada y silenciosa, con diversas comisiones encargadas de que nada se saliera de la normalidad ni que nadie alterara el orden, para no dar pié a la Guardia Civil a utilizar la fuerza represiva, que es para lo que había sido destacada allí. Que hubiera intentos de gente interesada en crear un clima contrario para que las fuerzas del orden público aplastaran a los que clamaban contra los criminales, es natural. Pero una leve alteración, y toda esa organización hubiese saltado por los aires. El pueblo velaba más por la paz y el orden que la propia Guardia Civil. Pero, a pesar de eso, impuso su autoridad por encima de todo. El crimen se cometió un 19 de junio, una época de siega, de mucho trabajo, por lo que raro sería el hombre que estuviera parado. Y la situación económica de los trabajadores no era tan boyante como para abandonar el trabajo y dedicarse a vigilar. Esta labor, en su conjunto, debía estar en manos de las mujeres y de unos cuantos hombres encargados de la dirección. Para subvencionar los jornales perdidos y diversos gastos, era necesaria una caja de resistencia de socorros mutuos. De estas sociedades había en Don Benito, al menos, cinco: “La Auxiliadora”, del  gremio de panadería; “La Benéfica” del de zapateros; “La Esperanza Previsora”, del de sombrereros; “La Esperanza Agraria” del de labriegos; “La Fraternal”, del ramo de construcción: carpinteros, herreros, albañiles, hojalateros, etc.;  y tal vez alguna más de matiz sindical como la CNT y la UGT. La cuota era de veinticinco céntimos a la semana. La finalidad era pagar una pensión en caso de enfermedad o accidente, vejez, entierro decoroso, etc. Estas sociedades admiraron a Nicolás Leyva, periodista de “El Imparcial” que siguió el proceso, como lo expresó en una crónica el domingo 13 de diciembre de 1903: “Decididamente la regeneración de España hay que esperarla de los obreros manuales, que nos enseñan a los demás”. 
Y es que Don Benito tiene fama por la seriedad, honradez y firmeza de sus habitantes. Lo demostró entonces; lo demostró una vez más en la Guerra Civil, por la resistencia al poder de los insurrectos fascistas; lo demuestran los hombres de negocios de la comarca, de los que he oído en más de una ocasión que la palabra de un hombre de Don Benito tiene la firmeza de un documento notarial.
En un pueblo de veinte mil habitantes es normal que corrieran bulos, comentarios dirigidos a crear confusión y enfrentamientos entre la población para destruir la unidad. Eso debió intentarlo la familia de García de Paredes, pues tenían medios suficientes para comprar voluntades. Mas esa posibilidad fue impedida por un periódico local editado en el Ateneo, o Casa del Pueblo, que ya era habitual antes de los acontecimientos que nos ocupan, y solo de su información se fiaban todos. Una bronca, o una riña en cualquier bar, o en la  calle, podía ser normal; pero en aquellas circunstancias era muy peligroso, pues la Guardia Civil estaba alerta para  intervenir ante el menor conato de desorden. Había, pues, que evitar tales incidentes, por leves que fueran. Para eso era necesario una comisión de servicio de orden.
Todo, en fin, era normal en Don Benito durante los casi tres años que transcurrieron desde el día del crimen hasta el final. ¡Increíblemente normal! Sin motines, como en Fuenteovejuna, ni algaradas callejeras. Mas la voluntad del pueblo se impuso por encima de todo y de todos.
Eso lo reflejaban los periódicos, pero solo entre líneas, como ya lo advertí. Sospecho que la censura sobre la Prensa acerca del tema debió ser muy severa. El clima de malestar popular; la desastrosa economía; la efervescencia antimonárquica de la mayor parte de la sociedad; el movimiento ciudadano en pro de restaurar la República, hacía de España un polvorín que en cualquier momento podía explotar.
Todo ese malestar se manifestó posteriormente en la Semana Trágica de Barcelona, la Huelga General de 1917, en el enroque de la monarquía en la Dictadura de Primo de Rivera, en 1923, la proclamación de la República en 1931 e, inevitablemente, la Guerra Civil.
Desde 1905 hasta 1975 en que empecé a escribir El crimen de Inés María, se habían escrito decenas de obras teatrales y folletines cuyos protagonistas eran Inés María y su asesino. Incluso posteriormente, ya en nuestros días, salieron otras obras en Televisión, sobre crímenes famosos, entre las  que se incluyó el de Don Benito, hasta obras de teatro, como la de Jesús Alviz, “Inés María, virgen y mártir. ¿Santa?, en 1986, en la misma línea. Y todas ellas con el denominador común de olvidarse del pueblo. No tenía sentido, pues, que yo incidiera en lo ya sobado y trillado, abundando en el lugar común de que Inés María era la mejor moza del pueblo, la más guapa, la más santa, virgen y mártir de Don Benito, y García de Paredes, muy malo, perverso, infame, cruel, etc.
Por otra parte yo soy escritor social y solo lo social tiene interés para mí. Por eso, después de una exhaustiva  investigación, decidí escribir esta obra. También mi especialidad y vocación es el teatro.  Esa es la razón por lo que este libro no esté escrito en novela,  guión cinematográfico, o serie televisiva, que tal vez serían los más adecuados, dada la extensión del tema.
La obra se publicó directamente como texto teatral, cosa rara, pues por exigencias editoriales mis textos teatrales anteriores se publicaron primero como novelas y después, debido al éxito con varias ediciones, como originalmente los escribí: en teatro, pues ya siendo novelas se hacían representaciones teatrales por grupos de aficionados por muchos pueblos de España.   Creo que esta doble versión de mis textos es algo peculiar en mí y no conozco precedentes en autores contemporáneos y, mucho menos, para un público popular, que lee poco, y mucho menos, teatro.
Pues, bien; puse como personaje principal a Falcón, un líder obrero curtido en la lucha del campesinado y formado en los medios existentes: Ateneos, Casas del Pueblo, Congresos, y la abundante literatura social, ya descrita anteriormente. A su lado, López y Carrasco, dos militantes obreros, y Engracia, una mujer que conserva en su espíritu la huella del hambre, de la miseria, de la abyección; unas cicatrices profundas que marcan el odio enconado a los ricos, causantes de su dolor. Ella no es militante, ni posee la cultura de los otros tres; es analfabeta y no entiende de política; pero es un volcán, un cráter por donde emerge de su interior, como un torrente de lava, toda la inquina y el resentimiento acumulado por tanta adversidad.
Sin embargo, no bastaba con ellos; necesitaba alguien con autoridad moral que reflejase con su testimonio la España de su tiempo. Podía ser cualquiera de los escritores de la Generación del 98: Pío Baroja, Valle Inclán, Unamuno... 
Ya Juan Antonio Castro estrenó en el teatro de la Comedia de Madrid una hermosa obra titulada “Tiempo del 98” en que se analizaba la sociedad de aquel tiempo a través de los escritores de la Generación del 98 haciendo un paralelo con la del nuestro. Pero, a mí no me valían; eran creadores: novelistas, poetas, autores dramáticos, fabuladores, en fin. En aquella Generación, llamada así por Azorín, no había una idea generalizada de la sociedad. ¿La veían igual Valle Inclán y Ramiro de Maeztu, por ejemplo?   Tampoco me valían Salmerón, ni Lerroux, ni ningún otro político, pues todos ven la sociedad a través del prisma de su ideología. Necesitaba alguien que objetivase e  hiciese un análisis de la sociedad de su tiempo. Alguien que aunque estuviera metido eventualmente en política, su actitud fuera, más que política, sociológica y ética.
 Buscando entre una larga bibliografía di con Joaquín Costa, [10], hombre admirado y respetado por todos, incluso por aquellos contra quienes combatía. Era un gran pensador, un intelectual, un escritor de temas sociales relacionados con la agricultura y su entorno social. Sus títulos definen muy bien sus inquietudes: “Colectivismo agrario en España”, “Oligarquía y caciquismo”, etc. Pero más que sus libros, lo que le dio más fama fue su oratoria. Son famosos sus discursos en el Ateneo de Madrid, en el Teatro Lírico y en el Frontón Central, el local de mayor capacidad entonces en Madrid. De estos discursos me he valido para dar ese telón de fondo a la obra.
Para completar el drama necesitaba meter directamente en el conflicto a la familia de García de Paredes, pero me abstuve de ello, pues en el año 75 aún vivía un familiar, tal vez sobrino nieto, y por respeto no podía poner en boca de ningún familiar palabras o actitudes pensadas o creadas por mí. Sin embargo, había un detalle que no podía pasar por alto: la defensa que el abogado, Sr. Muñoz Rivero, hizo en el juicio fue inaudita en un letrado de su categoría y experiencia en criminología. ¿Por qué? La causa pudo deberse a la familia. Por eso, en esta revisión de ahora he introducido un Procurador de la familia con el fin de justificar la actitud del letrado.
Las pruebas y el testigo de cargo eran contundentes. Negar la evidencia era el camino más directo para llevar al reo al patíbulo. Así debió entenderlo el ilustre jurista, pues citó a cuatro médicos alienistas, psiquiatras de fama internacional, como peritos. Eso es lo que deduje que intentó hacer el Sr. Muñoz Rivero: admitir los cargos y basar su defensa en la enajenación mental de Paredes. Mas la familia confiaba en que iba a borrar las pruebas y sobornar al testigo, por lo que no podría ser condenado. Claro, que eso hubiese supuesto una rebelión del pueblo contra el fallo del Tribunal y tal vez el linchamiento; pero en la historia quedaría García de Paredes, no como un asesino convicto y confeso, sino occiso por el odio y las iras del pueblo. La familia, así, no quedaba estigmatizada con la mancha de un crimen.
En cuanto al juicio, los discursos de los letrados, en mi obra, no corresponden literalmente a los pronunciados por ellos, aunque he procurado ser fiel a su línea, sino a una recreación mía, más acorde con la acción dramática. Me sorprendió enormemente el interrogatorio del abogado al testigo de cargo publicado en “El Imparcial”. Unas preguntas insulsas, sin la menor intención de buscar una contradicción en el testigo. El DEFENSOR 1º en mi obra le acosa, trata de acorralarle, de invalidar su testimonio, porque de su declaración depende la vida de su defendido. Más tarde, ya completada mi investigación lo comprendí. Muñoz Rivero hizo una defensa, pero no su defensa, la que él, como experto jurista, hubiese deseado. Lo extraño es que por ética profesional, por deontología, no rechazara la imposición de defender la causa de una forma temeraria basada solo en la creencia de que el poder supremo de la familia eliminaría pruebas y testigo.
El abogado de Castejón, que un principio siguió la misma táctica, al declarar el testigo cambió su estrategia y aceptó los hechos para conducir su defensa por otros derroteros. Castejón no lo aceptó y el Presidente anunció una suspensión de la vista para que el acusado eligiera otro abogado. Pero, inopinadamente, el señor Muñoz Rivero intervino rápidamente diciendo al Tribunal que él se hacía cargo de la defensa de Castejón, cosa que a éste le satisfizo, y la vista continuó.
¿Por qué no permitió que la vista se aplazase, si todo su empeño era que el juicio se suspendiera y se celebrara en Badajoz, arguyendo carencias de garantías procesales? Sencillamente, porque cualquier otro colega hubiese actuado como lo hizo el abogado de Castejón _ al que llamaban, por su dominio de la oratoria, “El Castelar de Extremadura _, o renunciado a defenderle. Sin embargo, la familia de Castejón renunció a la defensa de Muñoz Rivero por considerar que le perjudicaba. Y éste renunció el 30 de noviembre de 1903. Se hizo cargo de la defensa el letrado Abarrategui, que había defendido a Rando, el criado de Paredes, al cual le fueron retirados los cargos a principio del juicio. Pero como Castejón no hizo caso y siguió negando, el abogado siguió los pasos de Muñoz Rivero.
La declaración del testigo desconcertó al Sr. Muñoz Rivero, le abatió, porque él no lo esperaba. A partir de entonces actuó con abulia y apatía, sin fe, sin esperanza, empeñado en que el juicio se suspendiera y se celebrase en Badajoz. Pero de nada le valió su obstinación.
En los informes de las acusaciones y defensas estuvo presente una comisión del Colegio de Abogados de Badajoz. La sentencia fue: Condena a la pena de muerte a Paredes y Castejón, y 40 años de prisión al sereno, Pedro Cidoncha.
El drama, tenía que empezar con el crimen. Pero era necesario, antes, situar al espectador en el tiempo, en el lugar y en el ambiente. Para eso comencé con un prólogo, para hacer una presentación de los personajes y del pueblo.
Con la celebración del juicio concluye la obra. Considero que con ello queda completo el drama. Sin embargo, ya que he metido al lector en el crimen de Don Benito, en el EPÍLOGO contaré lo que pasó hasta el final. Pero antes debo dejar claro una cosa. Esta obra me costó dos años de trabajo, de investigación y de elaboración, lo cual no le da garantía de calidad. Larra, mi maestro como escritor social, decía que el tiempo empleado en una obra no cuenta. Ni tampoco la cantidad de obras escritas. Lo que cuenta es el resultado final. Una abeja trabaja y hace miel; un escarabajo trabaja y hace una pelota de estiércol.
Sentada esta premisa, quiero decir que, aunque la obra es original, no hay en ella invención, sino oficio, reconstrucción de los hechos, con el mismo entusiasmo y la misma delicadeza con que los paleontólogos analizan la historia de la Humanidad a partir de unas piedras o una mandíbula. ¿Fueron así los hechos? Yo creo que sí, con la misma firmeza que los paleontólogos de Atapuerca afirman haber encontrado el homo antecesor. Es cuestión de creer o no creer. Pero en cualquier caso, lo que deseo es que esta obra interese al lector, le guste y le distraiga. Lo demás, no me preocupa.



EPÍLOGO
     EL DESENLACE

Como ya hemos dicho en el PREÁMBULO, en 1904 y 1905 hubo una terrible sequía, casi tan grande como la del 82, por cuya causa el trabajo escaseaba. El hambre era horrible. Como muestra  de la situación en la comarca de Don Benito reproduzco un artículo publicado en “El Liberal” el 8 de abril de 1905 titulado “El hambre en Extremadura”:
“El mal se extiende por toda España; la crisis cada vez más grande y apremiante, exige pronto y eficaz remedio, atenciones preferentes y medidas rápidas, si el Gobierno quiere evitar trastornos y movimientos de las masas famélicas obligadas al reposo por las tristes consecuencias que a la industria agrícola impone la pertinaz sequía que tiene agostados en la rica y productiva región del Mediodía.
Ya no es solo Huesca y Andalucía las que levantan un grito de dolor y angustia. También en Extremadura se sienten las consecuencias de aquel estado de cosas y también allí los lamentos cunden y se levantan hasta el Gobierno. Y este no puede permanecer sordo a los ayes del dolor si no quieren verlos en imprecaciones y trastornos públicos; que siempre fueron ajenos a la calma y a la prudencia los estímulos del hambre y los apremios de la necesidad.
Hay que acudir pronto y eficazmente a mitigar la triste, la desesperada situación de las clases jornaleras de la región extremeña, que pide pan para sus hijos. Sin pastos para sus ganados los granjeros extremeños ha meses que vienen alimentando con pienso a sus ganados. Los precios de los cereales han alcanzado alturas inconcebibles y no es posible ya con ellos atender aquellas necesidades, en tanto que el precio del pan le aparta de las bocas hambrientas de los jornaleros sin trabajo.
Los Ayuntamientos ya ven agotados sus recursos para atender a esas necesidades y sin medios para resolver los conflictos que se avecinan, acuden al Gobierno en demandas de medidas que amengüen los estragos de la crisis que se atraviesa en esa región. El diputado Sr. Groizard ha recibido apremiantes excitaciones de muchos pueblos para que los haga llegar a manos del Gobierno; y aquel representante de las Cortes de Extremadura ha cumplido el encargo pidiendo al presidente del Consejo que fije su atención en el estado de aquella comarca y procure hacer que se activen las subastas de obras públicas que hay pendiente para que puedan las clases obreras encontrar jornales con que atender a sus necesidades más apremiantes. He aquí los telegramas más importantes de aquellos pueblos:
GUAREÑA._ El hambre nos amenaza con graves trastornos. Urge gestionen empiecen los trabajos de la carretera de Guareña a Oliva de Mérida, para dar pan a los obreros. El Alcalde: Retamar.
ZALAMEA DE LA SERENA._ Le rogamos encarecidamente que en vista de la penuria que padecemos y para evitar alteración del orden público motivo del hambre, gestionen sin descanso del Gobierno de S.M. la inmediata construcción de la carretera de la Venta del Culebrín a Castuera, a la estación de Villanueva de la Serena, por Zalamea, Quintana, La Guardia y La Haba sin
formalidades de subasta. El Alcalde: Romero.
QUINTANA._ Insisto en llamar la atención de usted sobre gravedad de circunstancia crisis obrera. Urgen saquen a subasta obras carretera para dar jornales a los trabajadores. Enrique Tocados.
MEDELLIN._ Vea si pueden activarse subasta obras del puente para colocación de braceros. Situación se hace difícil, pues sequía tiene paralizados todos lo trabajos del campo. Mendoza.”
Todos estos pueblos pertenecen a la comarca de Don Benito, por lo que ésta ciudad era el centro neurálgico de la zona, como lo sigue siendo en la actualidad. Sin embargo, no consta que el Ayuntamiento se movilizara a favor de los trabajadores, siendo éstos más numerosos que los de los citados pueblos. La razón de esta omisión es obvia. Es más; el alcalde de Don Benito fue cesado y se puso en su lugar a otro más fiel a la familia. Eso lo dice El Imparcial el día 1 de diciembre recogiendo esa información de boca del Acusador privado en su informe. Ignoro en que fecha se produjo el cese.
La sentencia se pronunció en noviembre de 1903. La permanencia de los reos en la cárcel de Don Benito siguió hasta el 5 de abril de 1905, fecha en la que fueron ajusticiados. La familia utilizó todos los recursos de su influencia para conseguir el indulto en instancias palaciegas (a las que tenían fácil acceso, pues Donoso Cortés, tío abuelo de Paredes, fue director de estudios de Isabel II, abuela del Rey Alfonso XIII). También hicieron varias apelaciones al Gobierno. En Don Benito se recogían firmas en pro del indulto. “El Liberal” fue el periódico que más de cerca siguió los acontecimientos, de cuyas crónicas recojo algunos datos:
 “Abril, 1. 5’30 tarde. Badajoz. Ante la inminente ejecución de la sentencia de muerte impuesta a los reos de Don Benito se redoblan las gestiones para conseguir su indulto.
Esto lo solicitan el Obispo, las autoridades y corporaciones, confiando en que la prensa de Madrid coadyuve a esta petición humanitaria.

Los periódicos locales publican artículos en el mismo sentido. El que actuó de acusador privado, Sr. Texeira, publica una hermosa alocución al vecindario de Don Benito pidiendo que olvide su antiguo resentimiento contra los reos y se una a la petición de indulto”
El Acusador privado envió una nota a “El Liberal” para aclarar:
“Pedí perdón de los reos como hombre; pero no me asocié a la petición de los abogados de Badajoz, fundada en oscuridades que no existieron en la causa de Don Benito”
La reacción del pueblo ante aquella campaña no se hizo esperar. El mismo periódico publica otra noticia desde Don Benito:
Se ha organizado una imponente manifestación para que se cumpla la sentencia de muerte a que fueron condenados los autores del repugnante crimen, que dio tan triste actualidad al honrado pueblo extremeño. Esta manifestación tiene como origen los rumores que han circulado respecto al indulto de los reos. Algunos elementos recogen, por el contrario, firmas para elevar una exposición al Gobierno pidiendo clemencia. Témese que en virtud de esta disparidad de criterios ocurran graves conflictos. Se reconcentran fuerzas de la Guardia Civil. Ordóñez.”
Como puede verse, la influencia de la familia surtió sus efectos. ¿Cuándo, ante un crimen cometido por un pobre, se iban a movilizar todas las autoridades políticas, sociales, eclesiásticas, incluidos Colegios profesionales, como el de Abogados de Badajoz?  Es de suponer que cada autoridad provincial instara a las autoridades locales a movilizar a la población en pro del indulto: el Gobernador, a los alcaldes; el Obispo, a los sacerdotes; el Colegio de Abogados, a sus asociados, y los caciques a sus numerosos amigos o gentes agradecidas por favores prestados, o posibles
represalias, por lo que en Palacio y en Presidencia del Gobierno se debieron recibir miles de telegramas y firmas pidiendo el indulto.
Pero frente a todos ellos estaban los trabajadores de toda Extremadura, que desde todos los pueblos, en carros, en burros, o a pie, fueron a solidarizarse con el pueblo de Don Benito, como más adelante dice también “El Liberal”.
La petición de indulto fue tratada en dos Consejos de Ministros de dos Gobiernos diferentes: el de Maura, que cayó el 14 de diciembre de 1904, y el de Raimundo Fernández  Villaverde, que tomó posesión el 27 de enero de 1905.  Pero ninguno de los dos lo concedió.
“Don Benito, 4, 2’30 tarde. A las dos de la tarde se ha notificado a los reos la sentencia. Castejón la recibió con tranquilidad y entereza pasmosas. Al firmar dijo: “Soy inocente; se comete conmigo un asesinato”. Paredes se mostró abatidísimo. Se negó a firmar, protestando de su inocencia. Seguidamente los reos ingresaron en sus respectivas capillas. Público inmenso se agolpa en los alrededores de la cárcel. Hay gran expectación. Si no se recibe el indulto, los reos serán ejecutados a las 8 de la mañana”. Corresponsal.
Al día siguiente, 5 de abril, se publicó lo siguiente:

“A las 8 de la mañana fueron ejecutados los reos Paredes y Castejón. Paredes, abatidísimo y lloroso, dijo que moría inocente. Castejón, sin decaer un momento en su serenidad, hizo también protestas de inocencia y dijo que perdonaba a sus semejantes.
Desde primeras horas de la madrugada un inmenso gentío invade los alrededores de la cárcel, imposibilitando el tránsito. Una bandera negra ondea en el edificio de la cárcel en señal de haberse cumplido la terrible sentencia”.
Y por fin, el último telegrama fechado el día 5 a las 4 de la tarde:
“Inmensa muchedumbre compuesta de los vecinos y de los pueblos comarcanos recorren las calles en manifestación pidiendo que sean expuestos los cadáveres de los ajusticiados. Ante la imponente actitud de los manifestantes, las autoridades han accedido, permitiendo desfilar ante los cadáveres a la multitud, que lo ha hecho en el mayor orden”
Todo lo que he contado hasta aquí son hechos verídicos recopilados de fuentes fidedignas, aunque pasados por el tamiz de la creación dramática. Vamos a añadir otros recogidos de la tradición oral, que no ofrecen mucha credibilidad, incluso son contradictorios. Pero entre la paja siempre hay algún grano y no desdeñé investigar esa tradición oral para deducir de ella lo que de verdad había entre tanta confusión. Esto corresponde al lugar y sistema de la ejecución.
Unos dicen que fueron colgados en la plaza de Don Benito y que el pueblo les pinchaban con navajas, leznas, o cualquier otro objeto punzante. Lo primero es incierto; lo segundo, solo a medias; necesita ser matizado. Veamos por qué:
Hasta el año 1900 era tradicional en España que las ejecuciones fueran públicas. Y esto, tal vez, era lo que esperaba el pueblo. Ellos ignoraban que en el año 1900 una Real Orden estableció por ley que las penas capitales se ejecutaran en la prisión. Y el cadalso no era la horca, sino el Garrote Vil. Así, pues, los reos fueron ejecutados en el patio de la cárcel por el procedimiento del Garrote. De ahí la exigencia de que los cadáveres fueran expuestos a la vista de todos, pues dada la gran movilización en pro del indulto, tal vez pensara que se trataba de un simulacro. Aún a la vista de los cadáveres, algunos, tal vez, dudaran que estuvieran muertos y comunicaron sus sospechas a los que esperaban en la cola, por lo que, tal vez, alguno pinchara los cuerpos para cerciorarse. Solo de esta forma es lógico aceptar la versión de los pinchazos y no con otra finalidad, pues eso hubiese supuesto una crueldad, una saña que en ningún momento ejerció el pueblo contra ellos en vida, excepto la exigencia de que se hiciera justicia.
Para terminar solo me queda relatar el desenlace de la ejecución. Tal vez con ello pueda herir la sensibilidad del lector, como me ocurrió a mí al leer la crónica de “El Imparcial”. Sin embargo, creo que es positivo, pues ello supone una enérgica repulsa a la pena de muerte, por fortuna ya erradicada de nuestro Código Penal. Porque si es abominable todo crimen, no menos repudiable es la ejecución de un ser humano.

En boca del DEFENSOR 1º pongo unas reflexiones de Unamuno. El ser humano no es metafísico, sino dialéctico, en constante evolución, susceptible de cambio y transformación. El ser, pues, no es SER, sino ESTAR SIENDO. Esa afirmación que consta en el Refranero Español de “Genio y figura, hasta la sepultura” o “El que nace lechón, muere cochino” etc., deberían ser eliminadas, pues supone la negación absoluta del ser humano.
Estoy seguro de que el Paredes que ejecutaron era un hombre distinto del que tres años atrás cometió el asesinato. Eso lo indico en una pausa del juicio en un monólogo de PAREDES. Sin embargo, CASTEJÓN no evolucionó.
 Él estaba convencido de que PAREDES no iba a ser ejecutado por su influencia; ni él tampoco, claro. Aquella asombrosa tranquilidad hasta la hora de la muerte se debía a la creencia de que en el último momento llegaría el indulto. Solo cuando el verdugo le puso el collarín y empezó a dar vueltas al torniquete es cuando se dio cuenta de la realidad y pidió, aterrado, clemencia; pero ya era tarde.
CASTEJÓN tenía fama de glotón y comía en exceso. Durante los casi tres años que pasó en la cárcel, con su voraz apetito y sin hacer ejercicios, aumentó de peso y su cuello se hizo muy voluminoso. El collarín que el verdugo utilizaba en las ejecuciones no le valía y, en una herrería, lo tuvo que alargar; pero ni aún aquella modificación fue suficiente. PAREDES murió al primer intento; CASTEJÓN necesitó de varios golpes de torniquete, pues la enorme masa de grasa que guarnecía su cuello actuó de amortiguador. A cada vuelta fallida del instrumento Castejón gritaba con la voz desgarrada por la angustia, pidiendo misericordia. Esta horrible anécdota fue recogida por “El Liberal” el día 6 de abril de 1905.
Para tener una idea de lo que supone la horrorosa muerte a Garrote Vil transcribo un pasaje del libro “La pena de muerte” en el que Daniel Suerio hace un tremendo alegato contra todas las formas conocidas de ejecuciones de seres humanos a través de la Historia:
 No una, sino cuatro, cinco o diez vueltas de torniquete han de darle a veces las manos del verdugo sobre la nuca del condenado, para que éste deje de dar botes en el sillín, deje de sollozar, de gritar, de aullar, para que deje de estremecerse espasmódicamente, deje de moverse, se quede quieto, quieto, muerto. No uno, ni dos, ni tres minutos dura el espeluznante espectáculo, sino veinte, veinticinco, treinta minutos inmensos, laboriosos y agónicos” [11]
Así terminó aquella historia que duró mil veintidós días. Una historia en la que participó toda Extremadura: Al lado de García de Paredes, las autoridades, los ricos, los caciques; en contra de él, la clase obrera y campesina. Se dieron todos los condicionantes de la lucha de clases, cuyas causas son las diferencias económicas, la marginación social, la explotación laboral, la opresión política y la alienación cultural. Y es de esta forma y con estas premisas fue como yo me planteé su desarrollo. La lucha del pueblo de Don Benito ante EL CRIMEN DE INÉS MARÍA es una página de la Historia de España.  Una página no escrita. La historia la hacen los pueblos, pero la escriben los que dominan. Los españoles tenemos mucho que aprender de aquella casta de hidalgos extremeños de DON BENITO, que silenciosos, sin algaradas ni motines, supieron poner muy elevado el listón de su autoestima para no dejarse avasallar por ningún tipo de despotismo, de servidumbre vejatoria, conque todo caciquismo, todo absolutismo trata de ultrajar la dignidad humana.

El Autor   




NOTAS


            [1] “HISTORIA DE LAS AGITACIONES CAMPESINAS ANDALUZAS” Alianza Editorial, 1973.

  [2] EL PROLETARIADO MILITANTE Anselmo Lorenzo.
  Alianza Editorial 1974.

   [3] Juan Díaz del Moral, notario de Bujalance (Córdoba) y diputado en las Cortes Constituyentes en 1931. Su “HISTORIA DE LAS AGITACIONES CAMPESINAS ANDALUZAS”   fue terminada en 1923, aunque no se publicó hasta 1928. El libro fue reeditado en 1973 por Alianza Editorial. A este libro remito al lector, pues la mayoría de los datos entrecomillados que no tienen referencia específica son cogidos de ahí.

[4]  Larra. Impresiones de un viaje. Aguilar, S.A. de Ediciones. Madrid 1951. 2ª edición. Pag. 1257

[5] Clase obrera y reforma social en la Restauración.” Mª Carmen Iglesias y Antonio Elorza, “Revista Triunfo” nº 580.

          [6] Pablo Iglesias, educador de muchedumbres”. Juan José Morato. Ariel 1968

[7] José Álvarez Junco en el prólogo de “El proletariado militante”, de Anselmo Lorenzo. Alianza Editorial, 1974.

[8] Hasta entonces el partido socialista no era bien visto por la izquierda republicana ni por los anarquistas y se vertían las más groseras calumnias contra Pablo Iglesias. Las ideas del marxismo, que él introdujo y adaptó en España, no encajaban en la clase obrera ni en la intelectualidad de la Generación del 98.

[9] “El Movimiento obrero en la Historia de España” Manuel Tuñón de Lara. Editorial Tauros 1972.
Esta relación del ilustre historiador, no es muy fiable, pues en abril de 1905, según “El Imparcial”, el pan valía 36 céntimos Kg., la patata subió de 40 a 45 céntimos los dos Kg.  y las habichuelas, a 36 céntimos Kg. Esta fuente de “El Imparcial” me parece más fiable.

[10] Sobre Joaquín Costa son muchos los autores que han escrito libros: Gumersindo Azcárate, Blas Infante, Ramiro de Maeztu, Tierno Galván, entre otros; pero el que yo he utilizado para mis consultas es “Joaquín Costa y el Socialismo” de Andrés Saborit, Editorial Zero, 1970.

  [11] Daniel Sueiro. “La pena de muerte” Alianza Editorial, 1974.

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